Raquel Elizondo no tenía muy claro lo que estaba haciendo cuando entro en la pequeña habitación que ocupaba Gines en la casa.
¿Era esto lo que de verdad quería?
Su cabeza le decía que si, pero en algún lugar de su inconsciente corazón, una vocecilla gritaba que no lo hiciera.
Gines la encontró allí e involuntariamente su corazón salto de alegría, quería verla y estrecharla de nuevo contra sus brazos.
Quería devorarla y recorrer cada centímetro de su cuerpo con sus labios hasta quedar lleno de ella.
-¿Raquel?
Raquel dio un salto al escuchar su voz, cuando se giro se quedo sin habla mirando su cuerpo.
Estaba cubierto de polvo y sudor por el trabajo, pero a ella le resultaba lo más excitante del mundo.
Y eso la hizo arder.
-Hola…
-¿Quieres algo?
A ti, contesto su mente.
Ella tuvo que recordarse varias veces porque estaba en ese lugar, a pesar de que lo único que quería era tirar a Gines a la cama y hacerle el amor una y otra vez, no podía.
Tenía que destruirlo no enamorarse de él, ¡Maldita sea!
-Si, tenemos que hablar.
Gines se sentó en su cama y la llamo para que se sentara a su lado, cosa que hizo, pero pudo percibir en ella algo que pensaba había desaparecido.
Frialdad.
-¿Y bien?
-Quiero que quede claro que el beso no significa nada, mi prometido esta por aquí y no quiero que sepa que ando besuqueándome con los empleados.
Gines la miro durante unos minutos para luego levantarse y abrirle la puerta, en sus manera no había ningun enfado pero su mirada decía cosas muy distintas.
Raquel se rompía por dentro pero se levanto mostrando su frialdad y le sonrió como si acabaran de tener una charla normal.
-¿Sabes porque te bese, Gines?
-No.
-Porque así fue como seguramente tu hermana engatuso a mi padre.
Gines no pudo contestar al quedar helado por sus palabras mientras ella se marchaba por la puerta.
Así que todo era por eso, de ahí su interés en él, el trabajo, todo y el muy imbécil se había enamorado de ella como un gilipollas.
No pudo evitar que el dolor se apoderara de él y resurgiera en forma de lágrimas, nunca debió confiar en ella.
Raquel entró a su cuarto con la respiración acelerada y aguantando las ganas de llorar cuando vio a sus hermanas paradas delante de ella.
-¿Qué pasa?
-Oh dios, dime que no lo has hecho.
Fuera lo que fuera lo que iban a decirle, Raquel tenía la impresión de que aquella conversación no terminaría nada bien para ella.